Capítulo 3. Una celda para dos leones
El
maestre Vyman estaba sentado en un taburete mientras curaba las heridas de los
niños Lannister. Era un hombre de avanzada edad, totalmente calvo y lleno de
arrugas, pero siempre mantenía una sonrisa en presencia de los jóvenes. Llevaba
la característica túnica de lana gris de los maestres y una cadena con una
serie de eslabones.
-¿Te
duele mucho? -preguntó cariñosamente el maestre a Tion.
Le
estaba limpiando y ventando las heridas al Frey de los brazos y del cuello
causadas por el ataque de la batalla.
-Escuece
un poco -respondió Tion al cerrar los ojos cuando el maestre le echó vino en
una profunda herida del brazo, allí donde se le clavó la espada de su agresor.
Willem
ya tenía un brazo entero vendado y una gasa en la frente, heridas que se hizo
al rodar por la tierra y en su lucha contra el asesino de su primo. Habían sido
encerrados en una celda bastante amplia y muy bien iluminada, situada en una de
las torres de la fortaleza de Aguasdulces.
-El rey
Robb os ha proporcionado una de las mejores celdas, además de tres comidas
calientes al día y os podéis tomar un baño siempre y cuando vayáis con las
muñecas atadas. Además su Alteza se preocupa mucho por vuestras heridas e
incluso al anochecer vendrá a veros.
“No parece tan malo como había oído todo este tiempo atrás -pensaba
Tion- pero al fin y al cabo sigue siendo nuestro enemigo y deberá morir por
nuestra Casa”. El maestre Vyman se levantó tras acabar con los vendajes, se metió
lo que había sobrado en uno de los bolsillos secretos de su túnica y se fue,
dando un portazo con la puerta de madera maciza reforzada con hierro de la
celda.
-¿Crees
que van a matarnos? -preguntó Tion algo asustado.
-No
creo. Parece muy generoso y además tenemos a nuestro primo Jaime y nuestra
familia se vengaría también -respondió muy convencido Willem.
-No
seas tonto, Willem. Ya hemos oído que Jaime cayó prisionero y ahora está en las
mazmorras más profundas.
Gracias
a la luz que entraba por la ventana se podía saber que estaba anocheciendo. Las
voces de afuera poco a poco se iban apagando y ya no se escuchaba tanto ruido
como antes.
-Cuando
ganemos esta guerra volveré a Roca Casterly, Willem. Terminaré el entrenamiento
y me armarán caballero. Iré por todo los Siete Reinos participando en torneos y
ganando en todos, puede que incluso me case con alguna doncella noble de alguna
casa importante. Tendré hijos y una fortaleza. Quizás puedas venir a visitarnos
algún día. ¿Te gustaría Willem? -preguntó Tion sin apenas obtener la respuesta-.
Me pregunto qué estarán haciendo ahora mis padres, mis hermanos e incluso mi
viejo abuelo. ¿Se preguntarán dónde estoy o cómo estoy? Willem, a veces tengo
miedo, miedo de estar aquí, miedo del lobo y miedo de esta guerra.
-Yo
también, Tion -le dijo a su primo tras ponerle una mano en su hombro-. Yo
también. Pero saldrá todo bien. Tú también tienes sangre de león. Debemos ser
fuertes.
Y al
momento se abrió la puerta. Por ella entró un criado con una bandeja de comida
y una jarra.
-¿Hay
noticias nuevas? -preguntó Tion.
-No
puedo hablar con vosotros. El Joven Lobo vendrá a veros más tarde -dijo el
criado. Depositó la comida en la mesa y las jarras junto con dos copas. Era un
hombre bajo, con el pelo enmarañado y con una nariz chata, aunque iba tan
cabizbajo que apenas se le veían los rasgos de su cara. Al decir esto se dio la
vuelta y se fue.
Los
niños comieron todo: había una sopa de truchas, un poco de pan con queso, un
plato de aceitunas y un trozo de tocino ahumado. Y de beber vino aguado. Nada
más acabar la cena la puerta de volvió a abrir y entró nuevamente el maestre
Vyman junto con el joven Stark. “No parece tan fiero como en el campamento” pensó
Tion. Y es cierto. Robb estaba limpio y peinado, y vestía un jubón marrón
oscuro con unos calzones negros y una capa gruesa negra.
-Espero
que vuestras heridas se estén curando con total rapidez -dijo con una voz firme y autoritaria pero a la vez cercana,
preocupada y cariñosa-. El maestre me ha ido informando de cada uno de vuestros
vendajes. Así que tenemos a los sobrinos de Lord Tywin.
-Así es, mi señor. Yo soy Willem, hijo de ser Kevan,
y él es mi primo Tion, hijo de Lady Genna, hermana de mi señor padre -respondió
al instante Willem temblando pese a sus intentos por no parecer débil.
-Tranquilo. No es mi intención aceros daños. Mandé un cuervo a vuestro primo
Tyrion ofreciendo un intercambio de rehenes: vosotros a cambio de mis dos
hermanas -seguía hablando Robb- así que estoy esperando la respuesta por parte
del Gnomo. ¿Os ha gustado la cena?
-Sí,
estaba muy buena mi señor -respondió con toda cortesía Tion -¿Se sabe algo de
nuestras familias?
Robb se
quedó un buen rato pensando y negó con la cabeza, pero añadió:
-Si
necesitáis algo llamad a vuestros guardianes o al maestre cuando venga en la
mañana a ver esas heridas. “Son unos niños -pensó Robb-. Esto no es lugar para
los niños. Tengo que sacarlos de aquí”. Se dio la vuelta y se marchó junto al
maestre.
Las
velas seguían encendidas y los dos primos se arrebujaron en las gruesas pieles
para soportar el frío que estaba entrando por los barrotes de la ventana.
-Tion -llamó
a su primo Willem- yo quiero ser arquero. Un caballero arquero que viaje por
los Siete Reinos con mi arco, mi ballesta y mi carcaj lleno de flechas.
Podríamos luchar juntos en las justas, Tion. Seremos invencibles. Tú con tu
espada y yo con mi arco, ¿qué te parece? Y así podremos encontrar a nuestras
damas. Tendrán que ser hermanas, así seguiremos siendo familia y estaremos
juntos -decía Willem muy feliz con una sonrisa en la cara.
-Willem,
nosotros siempre seremos familia y por supuesto, iremos juntos a ganar los
torneos. Los dos juntos lucharemos y ganaremos -respondió Tion ya medio
dormido.
Y los
dos cerraron los ojos y los días pasaron hasta que Willem y Tion perdieron la
cuenta de cuántos días llevaban en aquella habitación, aunque de vez en cuando
recibían las visitas del maestre, de los criados e incluso del propio Robb y su
reina Jeyne. Pronto sería el décimo quinto día del nombre de Willem, o quizás
ya hubiera pasado.
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