Se
habían pasado la mañana entera estudiando con el maestre Pywin historia de los
Siete Reinos y sus casas, tratando en la última lección de las casas nobles del
norte.
-Tion,
atiende más -reprendió el maestre al niño.
Pywin
era un hombre de sesenta o setenta años, calvo, de mirada feliz con esos ojos grises
grandes como platos y siempre llevaba una túnica de lana gris. Lo que más
llamaba la atención era su cadena con eslabones de una multitud de materiales,
la cadena típica de todos los maestres. A Willem le gustaba mucho esas clases,
no tanto a Tion.
Tras la
comida del mediodía los niños se pudieron a entrenar con el maestro de armas de
la Roca. En aquella sesión estaban aprendiendo a defenderse con el escudo.
-Tion,
si prestaras más atención al arco y si Willem se lo hiciera a la espada seríais los dos unos caballeros de la índole
del Caballero Dragón -dijo el maestro-. Arriba ese escudo, Willem. Cuidado con
las pantorrillas, Tion -proseguía mientras Willem yacía en el suelo con el
escudo protegiéndose de los golpes de Tion- ¡No, no! Muy mal, Tion. Las
pantorrillas, hay que estar pendiente de todas las partes del cuerpo si no
quieres acabar muerto -lo decía al tiempo que Willem recobraba las fuerzas y le
daba con la espada de madera a Tion en las pantorrillas y lo hacía caer en el
suelo-. Bueno, basta por hoy. Mañana será otro día -y despidió a los niños.
Jadeantes
fueron a la armería a guardar los escudos de madera.
-¿Has
oído, Willem? ¡Podríamos ser como el Caballero Dragón! -el júbilo se le notaba
en la voz de Tion Frey- ¿Y si jugamos un poco antes de la cena? -preguntó a su
primo con una sonrisa traviesa.
-¡Me
pido el Caballero Dragón! Que tú lo fuistes ayer -respondió al instante Willem.
-Bueno,
vale… Pues yo seré el caballero Florián. ¡Desenvainad la espada dragón! -y Tion
le asestó un golpe a Willem que esquivó al instante.
Se
llevaron hasta el anochecer jugando. Mientras uno daba con la espada, el otro
se defendía. Se revolcaron en el césped y en la tierra, subieron por los
árboles y por las rocas y se metieron hasta las rodillas en el río. Cuando
acabaron estaban tan sucios que tuvieron que ir a darse un baño si querían
cenar. El agua cristalina y caliente de las bañeras se transformó muy pronto en
marrón debido a la gran cantidad de polvo y barro que los jóvenes llevaban
encima.
-Willem,
me has hecho daño en el costado -protestó mientras se frotaba Tion-, pero estás
mejorando con la espada.
Y los
dos primos se echaron a reír. Cuando ya estaban limpios salieron de las bañeras
y se vistieron. Willem escogió un jubón rojo fuego, unos calzones blancos y una
capa dorada con un broche en forma de león. Por su parte, Tion llevaba un jubón
azul oscuro con unos calzones y una capa gris plateada con un broche en forma
de dos torres gemelas.
Fueron
al salón principal y allí ya estaba colocada una mesa de caoba de grandes
dimensiones, las velas y la chimenea encendidas y los criados entrando y
saliendo por las puertas. Ya estaban sentados la madre de Willem junto con su
hermano gemelo y su hermana pequeña, además del maestre, del maestro de armas y
otra serie de personajes de la casa, guardias personales y consejeros. Tion y
Willem se sentaron cerca del gemelo Martyn.
-Ha
llegado un cuervo de vuestro padre, Willem -dijo Lady Dorna Swyft. Era una
mujer sin mentón, de ojos verdes y melena rubia. Era de piernas muy delgadas y
con poco busto, pero era una persona muy gentil y muy familiar y acogedora.
Llevaba una túnica de color azul intenso con una redecilla de oro de cintura
hacia abajo. “Pese a estar casada con una Lannister, nunca ha olvidado su Casa” pensó
Willem. Lady Dorna procedía de la Casa Swyft, vasalla de los Lannister, cuyo asentamiento
era Maizal, al sur-. Vuestro padre os recluta para la guerra. Tanto Willem como
Tion seréis los escuderos del batallón de Ser Jaime y Martyn de Ser Stafford
que irá a Cruce de Bueyes -Y se hizo un incómodo silencio-. Rezaré hoy a los
Siete por vuestra salud y porque todo os vaya bien -si algo destacaba de Lady
Dorna era su fe, pues era muy devota a los Siete, a los cuales rezaba cada día
siete veces.
Los
criados empezaron a traer los platos: ganso asado en zumo de naranja, queso
fresco de cabra, salmón ahumado, huevas de trucha, pan recién hecho, bizcochos
de limón y tarta de fresas silvestres. De beber pusieron vino dulce y para los
más pequeños vino aguado. Tion se fijó en cada uno de los allí congregados.
Martyn era idéntico a Willem, por ello eran gemelos, pero Tion era una de las
pocas personas que los diferenciaba. Iba también igualmente vestidos excepto en
el jubón, ya que Martyn había elegido el verde claro. La pequeña Janei, hija
también de Ser Kevan, tendría apenas tres años. Estaba sentada en una silla
especial y tenía en la mesa la comida muy troceada y un vaso de leche de cabra.
Era rubia, de cara redonda con unos profundos ojos azules e iba vestida con una
túnica roja carmesí.
La
comida transcurrió sin ningún acontecimiento destacable. En ciertas ocasiones
se oía diálogos mantenidos entre los distintos comensales, incluida las conversaciones
entre Martyn, Willem y Tion.
-Willem,
en esta ocasión no podremos estar juntos -dijo su gemelo Martyn-. Es la primera
vez que estaremos tanto tiempo separados.
Y era
cierto, desde que nacieron siempre estaban juntos, aunque en los últimos años Willem
y Tion se habían hecho también prácticamente inseparables, cosa que causaba en
ciertas ocasiones los celos de Martyn.
-Pero
no por mucho tiempo. Seguramente el pelotón de Ser Stafford se una rápidamente
al de Ser Jaime. Ya lo verás -Willem le sonrió y le guiñó un ojo.
-Y
ahora -comenzó a decir Lady Dorna poniéndose en pie- ha llegado el momento. Hoy
es el décimo quinto día del nombre de dos de mis mayores tesoros: mis hijos
Willem y Martyn -los demás comenzaron a aplaudir-. Es una lástima que vuestro padre
no pueda estar presente, así que seré yo quien os haga entrega de vuestros
regalos. Ya sois casi dos hombres y vuestro padre y yo pensamos en regalaros
esto -y los criados entregaron un cofre de madera a cada uno de los niños.
Willem
vio que la madera estaba tallada con una serie de leones en la tapa y gallos en
los costados, símbolos de la Casa Lannister y la Casa Swyft. Abrió la caja con
sumo cuidado, las bisagras chirriaron y vio un forro de terciopelo rojo donde
descansaba una daga con la empuñadura de huesodragón con dos rubíes.
-Ya
sois bastantes mayores para saber manejar esas dagas y más ahora que os vais a
la guerra -seguía diciendo su madre. Willem la cogió con las manos, no medía
mucho. “Ideal para esconderla en mi pantorrilla” pensó el Lannister-. Es del
mejor acero que existe en los Siete Reinos -siguió hablando Lady Dorna.
Por
último se colocó en las mesas un bizcocho de nata, limón y chocolate para
celebrarlo, mientras la música tocaba muy alegremente. Ya tendría que ser
bastante tarde.
-Willem,
Willem -lo estaba llamando su madre desde muy lejos.
De
pronto se comenzó a escuchar gritos de hombres y el sonido del acero al chocar.
-¡Willem! ¡Willem, despierta! -y su voz se
iba transformando poco a poco en la de su primo Tion.
Tanto
el maestre Pywin como el maestro de armas son personajes inventados por mí y no
por George R. R. Martin
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